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Construir, inventar

Javier García-Solera
prólogo
 El aluminio es quizá el único material que se presenta en casi todos los formatos, dispuesto y disponible para cubrir casi cualquier aspecto de la construcción actual.

Edificio Benigar, Alicante. Javier García-Solera, 2006.

En uno de sus pocos escritos sobre arquitectura, Peter Zumthor dice que “proyectar significa, en gran parte, entender y ordenar”1. A mí siempre me ha gustado pensar que esa ‘gran parte’ aludida por el suizo es, en lo que a la construcción de la cosa se refiere, el todo sin más. Puede ser que ese pensamiento, ese obrar, sea el que me ha llevado con el tiempo a la utilización profusa del aluminio como material con el que desarrollar tal proceder.
Era Luis Landero quien hablaba, en un memorable escrito2, del jeito, esa cualidad de unos pocos de acercarse al trabajo con gusto, con atención, con satisfacción en lo bien hecho, que era en sí misma una forma de vida; una forma de estar y, por tanto, una forma de ser. El trato con los productos y sistemas de aluminio satisface a los jeitosos y ayuda a iniciarse en aquél a quienes aún no han descubierto ese placer.
La cantidad de elementos y sistemas diversos que la industria del aluminio propone, la variedad de los métodos de modificación y tratamiento que requiere o permite para su elaboración y el necesario mimo al que obliga su manipulación, exigen de todos los implicados en ese amplio recorrido que une fábrica, obra y taller, una inteligencia de oficio y una delicadeza de trato que son, ciertamente, un valor superior.
El aluminio es quizá el único material que se presenta en casi todos los formatos, dispuesto y disponible para cubrir casi cualquier aspecto de la construcción actual. Más allá de sus muchas aplicaciones para la definición o cualificación de la piel edificada, que tanto preocupa hoy a tantos arquitectos (composites, paneles multicapa, chapas, planchas de variados tratamientos, sistemas de lamas de protección solar…) la industria pone a nuestro alcance productos elaborados con este material que son capaces de incorporarse a casi cualquier requerimiento de los muchos que una edificación supone. Los procesos de producción permiten servir en aluminio cualquier elemento que pueda conseguirse con procedimientos de extrusión, laminación, fundición… y técnicas de conformación posterior como el plegado, moldeado, soldado, cortado, troquelado…, admitiendo también multitud de tratamientos superficiales por casi todos los métodos desarrollados, desde el anodizado a cualquiera de los muchas posibles texturas por desgaste o aplicación posterior. Es, por tanto, posible pensar en aluminio desde la estructura hasta los ajustes finales de cualquier elemento menor. A más de ello, su ligero peso posibilita los grandes formatos y un cómodo manejo a pie de obra. Y hay que saber también que en la actualidad las técnicas de producción de barras de aluminio por extrusión están al alcance de cualquier presupuesto, lo que nos permite poner en práctica aquella sugerente exigencia que nos hacía el catedrático de construcción en su alentadora primera lección: ‘construir, señores, es inventar’.
En su contra se alude con frecuencia a los costes energéticos que su producción supone; y es cierto. Pero hay que hablar también de su enorme durabilidad, y de su gran reciclabilidad, para resituarlo como un material deseable y procedente; al menos para quienes mantenemos la convicción de que aminorar el consumo, disminuir el desperdicio, producir con calidad, mantener en condiciones y propiciar la permanencia son las claves para un mundo sostenido y sostenible; los fundamentos de un proceder adecuado y solidario.
Pero el aluminio es más. Es ese material que, por las condiciones que plantea, exige del arquitecto un sabio entender, un resolver, cada vez más necesario. La precisión de corte que permite, la dificultad de soldado en obra, su delicadeza superficial… exigen de quien proyecta una pericia que sólo puede tener su origen en un buen saber y ordenar. Si no es así, el material lo delata. Para quienes confiamos en que la construcción no es diseño sino resolución, los múltiples productos del aluminio abren las puertas al ejercicio de esa convicción exigiéndonos, a su vez, de un saber que va más allá del manejo del catálogo y enlaza con los inicios y los orígenes de esta profesión. Aquellos que nos sitúan en los comienzos del saber material, del conocimiento industrial, del buen hacer… y que, haciéndolo, nos comprometen con esa forma de ser arquitecto que tiene que ver con el devenir de las cosas y el acontecer social.

Javier García-Solera
octubre 2006

1. Peter Zumthor. Pensar la arquitectura Ed. Gustavo Gili, Barcelona 2004.
2. Luis Landero. “Casi una utopía”. El País, 5 de noviembre de 2002.