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Construir el Kursaal

Rafael Moneo
prólogo
Construir significa haber hecho indisoluble e inevitable la conjunción entre la idea abstracta que dio origen a un edificio y el uso de los materiales que proporciona la construcción.
© Duccio Malagamba

En Arquitectura, la pura relación abstracta entre formas, dimensiones y proporciones, no se da. Son, en última instancia, los materiales quienes contribuyen a esclarecer la auténtica experiencia espacial de la arquitectura. El que la materialidad de la construcción y la idea abstracta que anima un proyecto coincidan y no se excluyan es condición necesaria para que se de la arquitectura. De ahí que construir, tal y como yo lo entiendo ahora, vaya más allá de la mera construcción del edificio. Construir significa haber hecho indisoluble e inevitable la conjunción entre la idea abstracta que dio origen a un edificio y el uso de los materiales que proporciona la construcción.
Si las líneas anteriores pueden ser aplicadas con una cierta generalidad a cualquiera que sea obra de arquitectura, en el Kursaal se convierten en algo poco menos que imprescindible. Aceptadas las condiciones de partida –el Kursaal quería ser un edificio que respondiese al medio, al paisaje– la dificultad radicaba en mantener el nivel de abstracción necesario para que la construcción no trivializase la propuesta. Sin duda, la mayor dificultad estaba en el vidrio. Siempre se pensó en un vidrio traslúcido, espeso. La fantasía era el construir muros sólidos de vidrio. Pero si el vidrio iba a aportar la condición de sólidos transparentes que para los cubos se buscaba, la búsqueda a los problemas estáticos que planteaba las dimensiones de los cubos pronto nos llevo a una estructura de acero con soportes de notable dimensión: el vidrio sólido se transformó en dos láminas vítreas que de modo inmediato reflejaban las diferencias que median entre el espacio interior y exterior, matiz éste tan importante en un edificio como el Kursaal. Y así surgió la imagen de las “escamas” que tan eficazmente contribuyen a la vibración de los paramentos exteriores, en tanto que en el interior el muro cortina translúcido proporciona el ambiente húmedo tan definitivo para establecer el carácter del interior. Las plataformas y su drenaje, los muros verticales construidos con prefabricados de lajas de pizarra, las cubiertas metálicas, etc. fueron también elementos del proyecto en los que la condición abstracta pretendida podía perderse, pero ninguno de ellos implicaba la misma dificultad que el vidrio.
Construir el Kursaal no ha sido tarea fácil y si en estos momentos hubiera que recordar lo que ha sido el largo camino de su construcción habría que mencionar las largas discusiones en torno a la definición del programa: los costosos acuerdos entre las distintas instituciones que lo financiaban; la complicada gestación del proyecto, dada la complejidad de usos e instalaciones; el laborioso procedimiento de selección de los constructores, toda vez que la contratación se hizo partida a partida; la problemática construcción en un suelo próximo al mar, en el que ya se había cimentado con anterioridad; las dificultades implícitas en la ejecución de una estructura de grandes dimensiones en el corazón mismo de la ciudad; la atención que requerían los acabados y las instalaciones, y, a última hora –¿por qué no decirlo?– la urgencia por cumplir con unos plazos que parecían haberse olvidado durante la obra y que obligó a un trabajo intenso y sin descanso durante los últimos seis meses. Un proyecto de arquitectura implica obstinación, capacidad de mantener la guardia a lo largo de los años.
Tal y como se anticipaba en el concurso, los cubos del Kursaal tienen una vigorosa presencia en la ciudad y no son tanto fábrica urbana cuanto abstractas masas con voluntad de integrarse en el paisaje. Testigos tanto del lento discurrir del Urumea, como de la arrebatada fuerza con que el agua invade su cauce en las altas mareas, los cubos del Kursaal forman parte de esa compleja escena urbana donostiarra en la que tanta importancia tiene la geografía. Y así cabe decir que el Kursaal se ha convertido en el accidente geográfico sobre el que se dibuja la Playa de la Zurriola, al contribuir a definir su perfil de modo no muy diverso a como traza el suyo la Playa de la Concha sirviéndose de Igueldo y Santa Clara. Hoy que el Urumea ha vuelto a ser elemento clave en la estructura del territorio –no creo que exagere al decir que el Urumea es la espina dorsal del mismo– el Kursaal celebra la presencia del río en momento tan importante como es su encuentro con el mar.
Al construir el Kursaal los donostiarras han reconocido una vez más la razón de ser de su ciudad, que no es otra que el convertirse en prueba de que es posible hacer vivir juntas a la naturaleza y a la historia.

Rafael Moneo
Madrid, octubre de 2000