anterior siguiente

La inmaterialidad creativa del sonido

Higini Arau
prólogo
 Roman Clemens. Decorado para la obra “Juego de forma, color y sonido –Escena rusa–”, 1929. Roman Clemens. Decorado para la obra “Juego de forma, color y sonido –Escena rusa–”, 1929.
La magia creativa del sonido reside en su esencia inmaterial. Se percibe pero no se ve ni se puede tocar. Aprovecha la materia como medio para trasladarse pero no es materia.
Flota ondulante por el aire, estela tintineante y transparente, duende salido de la caja de Pandora, llena de sorpresas; busca deleitar a quien espera deleite y sin embargo molesta cuando no se desea.
La materia, con sus capacidades inerciales, elásticas y porosas, le da un envoltorio corpóreo, formándose así el cuerpo y el alma del nuevo ser, que en principio nace amorfo esperando que se le conciba una forma.
La forma y su volumen contenido tienen como frontera limitativa la materia, donde el sonido se refleja y absorbe, y cuya génesis habita en el diseño.
El diseño es un ejercicio intelectual que emana de las propiedades anímicas del espíritu y de las reglas del arte establecido a través del tiempo. Pero en este ejercicio que regula la concepción de la forma, participan de manera fundamental las leyes físicas y matemáticas, que nos ayudan a establecer la mejor silueta o perfil de esa inmaterialidad.
Así tenemos que la faz creativa del sonido es poliédrica, con multitud de facetas que le dan contenido; y según sea el predominio de una sobre las otras el resultado será distinto. ¿Cómo sonará? Ésta es la gran pregunta que nos hacemos ante una nueva forma.
Un buen orfebre del sonido debe ser capaz de conjugar con delicadeza el diseño, concebido como un arte, y las leyes de la materia, ayudando a conseguir el volumen y la forma exacta dentro de las posibilidades de orden físico, para que el nuevo ser nazca de manera armónica y equilibrada.
Tanto la simetría como la asimetría pueden significar equilibrio mientras cumplan las leyes físicas universales que regulan el proceso evolutivo.
Así, trabajar con la acústica es jugar, de manera inocente y sin prejuicios, con las cualidades inmateriales del pensamiento que se expresan sobre el barro de la materia, como un niño que juega en la playa construyendo castillos de arena que se desvanecen y vuelven a aparecer con el devenir de las olas del mar.
Sonido, en su génesis creativa, es ese ser etéreo que desea convertirse en materia para perpetuarse; pero no lo consigue porque la esencia del sonido es inmaterial, y ello provoca perplejidad, admiración y un profundo sentimiento de humildad.
Sonido es ese ser casi anímico al que se reverencia como un genio misterioso, salido de su lámpara mágica, que nos causa un profundo estupor.
Sonido es ese hálito embrujador que penetra por todos los poros de nuestro ser ávido de nuevas sensaciones.
Incluso es la levedad del ser capaz de transportarnos hasta Dios. Quizás éste sería nuestro máximo goce, pero la perfección es inacanzable y ésto es lo que nos anima a seguir explorando nuevas formas, sensaciones, materiales y leyes físicas.

Higini Arau
Enero 2002