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Plástica y técnica

Ramón Araujo Armero
prólogo
 El papel que la técnica ocupa en el trabajo del arquitecto.

Ramón Araujo. Polideportivo del colegio Rincón Añoreta en Rincón de la Victoria (Málaga), 1994.

Me parece que este prólogo es un lugar muy adecuado para hablar del papel que la técnica ocupa en el trabajo del arquitecto.
Este tema viene muy a cuento de las transformaciones que está sufriendo nuestro oficio, porque la más importante de todas ellas se refiere a la técnica.
Creo que el arquitecto antiguo (desde Mesopotamia hasta el siglo XX aproximadamente) no distinguió entre plástica y técnica. Para ellos (o nosotros) el proceso de diseño, el proyecto, es integrador y consiste en un proceso cíclico, espiral, en el que cada vez incorporamos más datos, pero todos o casi todos están presentes de alguna forma, aunque sea intuidos, desde el principio. En el concepto inicial está ya presente el plan de construcción y la organización de su estructura, como en el detalle constructivo final está omnipresente su plástica.
Entiendo la técnica de la arquitectura en sentido amplio, abarcando del sistema estructural al plan funcional o el sistema cromático… La técnica, en realidad, es todo lo que tenemos. Es inolvidable la perpetua cita de Sáenz de Oíza a García Lorca: “…si es verdad que soy poeta por la gracia de dios –o del demonio– también lo es que lo soy por la gracia de la técnica, y del esfuerzo…” No creo en absoluto en la distinción entre técnica y arte. Pienso que el arte no es una actividad exclusiva de algunos oficios. Ni la arquitectura ni la pintura son “Bellas Artes”. El arte es una forma de hacer, de vivir, que puede estar presente en un edificio, un botijo o un avión. Es una forma superior de hacer una cosa cualquiera, que solo es accesible a aquellos que son dueños absolutos de su técnica.

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Me invitan hace poco a dar una charla sobre una cosa que al parecer se llama arquiescultura y ya me siento mucho más tranquilo. Si es un oficio distinto al nuestro entonces ya no veo ningún problema.
La característica más importante de un buen diseño, la que más orienta el juicio, es la integridad. Un diseño íntegro es aquel que obedece a las innumerables cuestiones que le afectan o determinan y logra una respuesta sintética a todas ellas; la más adecuada a su plan. Y estas cuestiones son, sobre todo, de naturaleza física. Está claro que el artefacto debe tener un comportamiento satisfactorio ante las acciones mecánicas a que está sometido, que debe tener un inteligente comportamiento energético, que debe satisfacer un plan funcional… A veces se pretende que sea muy representativo, por lo particular de su destino, pero esto no cambia las cosas.
El proceso de diseño es completamente racional, tanto como nos sea posible, y como tal está lleno de sobresaltos, de intuiciones. Desde el primer croquis al último detalle de obra nuestra actitud es la misma, y no podemos distinguir entre diseño y construcción, entre plástica y técnica. La idea de compartimentar este proceso es estúpida. Lo es incluso en un plan de enseñanza. Es burocracia.
Esta unidad de lo plástico y lo técnico está siempre presenta en arquitectura. Es un rasgo común a todos los tiempos, estilos, culturas.
Por esto los arquitectos siempre hablamos de la “naturaleza maestra”. Cuando diseñamos un artefacto emulamos un proceso de diseño fascinante, el más fascinante que podemos concebir, el de un ser vivo. Si la materia inerte es el resultado de las leyes físicas, los organismos biológicos son la mejor respuesta a las leyes físicas compatible con el plan del organismo. En los diseños naturales hay cosas inexplicables, pero no casuales.
Es el único camino a la belleza. Lo demás es arquiescultura.

Ramón Araujo Armero, enero 2006