anterior siguiente

Durable-traccionable

Miguel Fisac
prólogo
En el futuro de la profesión de arquitecto el hormigón ha de ocupar el lugar que le corresponde con la posibilidad de unas texturas y expresividad de gran belleza.

Bodegas Garvey, Jerez de la Frontera. Miguel Fisac, 1967.

El hombre rompe la ley que cumplen todos los seres vivientes de someterse a los límites espaciales que les marca su ecología. Animales y plantas desaparecen de los lugares en los que las condiciones ambientales les son adversas. El hombre persiste tercamente en vivir en lugares en los que las condiciones atmosféricas han cambiado drásticamente, como es el caso de las glaciaciones del Cuaternario: no se trata de construir débiles protecciones de chozas o sombrajos, se necesita aprovechar las grietas y cuevas de roca que han producido las alteraciones geológicas y los duros cambios metereológicos.
Pero el hombre de las cavernas tiene muy limitado el espacio aprovechable y es insuficiente para albergar el crecimiento de su población, que le obliga a inventar construcciones que resuelvan el problema físico pero también el psicológico de sentirse a gusto, que aquel espacio sea bello: así nació la Arquitectura.
Para las necesidades humanas ese espacio es el comprendido entre dos planos paralelos: suelo y techo para andar y moverse en todas direcciones. La sección de los elementos de la construcción requerida es lo que llamamos un dintel. Pero una sección adintelada tiene una pieza de cerramiento superior horizontal que ha de apoyarse en dos verticales.
Las tensiones ocasionadas por la gravedad someten a las piezas verticales a compresión, a aplastamiento, fáciles de absorber en los materiales pétreos de gran durabilidad. Las tensiones de la pieza horizontal, apoyado en las verticales, es mucho más difícil de resolver, porque el esfuerzo de flexión es un efecto complejo que si bien tiene zonas comprimidas, tiene otras traccionadas, estiradas, y los materiales de piedra son muy poco aptos, por su estructura molecular, para resistir esos esfuerzos. El resultado es que, para esas piezas estructurales, se tuvo que utilizar la madera, que es putrescible, con lo que el conjunto de la estructura duraba muy poco tiempo, como testimonian todas las ruinas de edificios antiguos.
El arco, la bóveda y la cúpula son soluciones técnicas de espacios cerrados para conseguir que las piezas de piedra trabajen en gran parte a compresión, absorbiendo con más o menos artificio, los empujes residuales. Y cuando estos empujes no eran suficientemente absorbidos, la bóveda se hundía, como tantas bóvedas de cañón románicas o cuando en edificaciones clásicas del Renacimiento los arquitectos tenían que recurrir a fabricar tirantes de redondos de hierro forjado, de ahí el juicio de Felipe II: “arquitectura que tiene hierro mucho yerro tiene”.
Pero la pureza antropomórfica del espacio adintelado, no había encontrado el material idóneo durable-traccionable.
El hormigón armado, material que trabaja como piedra y hierro, que absorbe bien los esfuerzos de tracción, resolverá el problema, aunque advirtiendo que si bien la absorción de las tensiones las resuelve bien la armadura de hierro, el hormigón también las recibe y, aunque no llega a notarse a simple vista, el hormigón se microfisura.
Es precisamente con el hormigón pretensado cuando se obtiene ¡al fin! el primer material durable-traccionable, aunque sea a costa del artificio de comprimir previamente, con más tensión, el material que, posteriormente, al ponerlo en trabajo va necesitar de estiramiento.
Esta técnica que en las obras de ingeniería ocupa una utilización casi total en diferentes programas: puentes, grandes silos ¡hasta en carreteras!, y que es excepcionalmente adecuado en la arquitectura, como he podido comprobar con muy buenos resultados hace casi cuarenta años en mis obras, a pesar de los reducidísimos espesores realizados, es, pasmosamente, casi desconocido por los arquitectos que se han obsesionado por repetir en estructuras de grandes luces las redes tubulares de acero con arcos decimonónicos de tres articulaciones, con los resultados de que antes de veinte años, el más emblemático de todos ellos se ha podrido, y, un poco de tapadillo, tienen que volverlo a construir de nuevo, eso si, para mantener la imagen de una falsa tecnología punta.
En el futuro de la profesión de arquitecto, cuando termine este periodo de elucubraciones extravagantes al servicio de la publicidad capitalista más delirante que padecemos, y pase a ser un servicio social serio, estoy convencido de que el hormigón ha de ocupar el lugar que le corresponde con la posibilidad de unas texturas y expresividad de gran belleza.

Miguel Fisac
Junio 1997