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Luz y tiempo

Luis M. Mansilla + Emilio Tuñón
prólogo
La iluminación artificial transforma la realidad.

Imagen de las flores fotovoltáicas desarrolladas por Mansilla + Tuñón para la exposición “Transitions: Light on the move 07” organizada por la compañía de iluminación Philips.

Nada más hermoso que la descripción del origen de la arquitectura que nos contaba hace unos meses el arquitecto Jean-Gilles Decosterd a las orillas de un lago suizo. Sobre un antiguo grabado, describía como el modelo de la cabaña de Laugier había sido sustituido por otro más dinámico. Al dirigirse nuestros ojos a la figura central de la ilustración, una casa-carro, un carromato que parecía reivindicar la movilidad o el nomadismo, veíamos como sus palabras sobrevolaban el dibujo, y de una forma dramática, casi teatral, dirigía nuestra atención hacia un pequeño grupo de personas en la esquina del grabado. Un conjunto de hombres, mujeres y niños se agrupaban alrededor de un fuego, y ahí, precisamente en ese instante, aparecía la arquitectura: un espacio geométrico dibujado por sus cuerpos, una energía, un ambiente –calor, luz, color, vibración, olores– y, también, una idea de lo social.
Frente a la convencional puesta en escena del origen de la arquitectura como algo ligado a la cabaña, a lo tectónico, existe otra visión más optimista y menos restrictiva, aquella que considera el origen de la arquitectura como algo ligado a la energía, al fuego en torno al cual nuestros ancestros se reunían para protegerse de los posibles ataques de los animales, y donde el intercambio de cosas se transformó en intercambio de ideas.
Y esas luces y sombras cambiantes del fuego, que modificaban la realidad, continúan ejerciendo la misma fascinación que hoy nos regala la iluminación artificial, la de transformar la realidad y hacerla aparecer como algo distinto. La flexibilidad, la transformación, la modificación de la apariencia de las cosas, es quizás mas poderosa que su transformación material, y en ese territorio, la luz artificial se presenta como el material más económico, más versátil, y más efectivo; una magia, heredada del teatro, que sostiene nuestra cercanía a lo inesperado, y nuestra afición a una vida en constante movimiento.
El espacio entendido como algo estático, cualificado por valores estéticos, es ya tan sólo una pequeña parte del mundo de lo construido, de esa segunda naturaleza a la que reclamamos una plenitud cercana a la vida; un espacio que no se conforma con ser un marco para la contemplación, sino que aspira a ser un escenario para la acción. La arquitectura queda así cualificada por aquello que está en continua transformación, y engarza con el carácter vital de las personas, al convertirse éstas en las que modifican los ámbitos donde su actividad se desarrolla. La capacidad de actuar, de dar una nueva forma a las cosas se sitúa en primer plano, exigiendo una modificación radical de lo habitable, tanto en el modo de ser construido como en la manera de ser pensado...

Luis M Mansilla + Emilio Tuñón
Julio 2007