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Acero: proyecto de futuro

Salvador Pérez Arroyo
prólogo
El futuro de las estructuras metálicas está, en general, ligado a su carácter de organismo constructivo industrializado.
© AA Photo Library

Puente en Marsella (Francia) de F. Arnodin, 1905.

El futuro de las estructuras metálicas está, en general, ligado a su carácter de organismo constructivo industrializado. Si algo distingue a los materiales metálicos de otros como el hormigón, la fábrica de ladrillo o incluso la madera, es la necesidad de realizarlos fuera de la obra y, al mismo tiempo, la de coordinar sus dimensiones con gran precisión. Las estructuras de madera como elementos lineales comparten muchas características con las piezas de acero o de cualquier otro componente metálico, pero pueden ser adaptadas teóricamente con mayor facilidad a la geometría de la realidad en la propia obra. Aunque también es cierto que, hoy, su fabricación como material compuesto y la exigencia de alcanzar mayores dimensiones hacen difícil obviar los problemas de juntas y uniones. La madera no tiene, sin embargo, las posibilidades de moldeo y fabricación que proporciona el acero.
El material constructivo ideal debería poseer un gran valor añadido: grandes prestaciones, fácil adaptabilidad en obra y ligereza. Además, debería ser reciclable y no generar residuos nocivos en su fabricación. En la actualidad, muchos de los materiales modernos consiguen estos resultados como materiales compuestos.
Cuando se habla de acero se piensa en esqueleto estructural o en paneles de cerramiento y compartimentación. Las estructuras de esqueleto se asocian, a su vez, a tramas ortogonales, y los paneles, a operaciones de plegado o embutición.
En realidad, Prouvé, que fue el gran maestro de la estructura metálica, es hoy arqueología industrial. Sus experiencias están unidas a una visión de la arquitectura adintelada que parece tocar fondo o, cuando menos, ser insuficiente para nuestros actuales intereses. Prouvé pensaba en plegar; de hecho, ésta fue su gran especialidad y en la que basó gran parte de sus objetos.
Si se puede pensar en una arquitectura más orgánica –alejada de las trabas que la arquitectura académica impone–, ligera y más flexible, se debe tener en cuenta al mismo tiempo qué materiales pueden responder a estos objetivos. El plegado y el laminado como técnicas fundamentales de fabricación son insuficientes.
Muchos materiales modernos pueden servir para esta arquitectura más libre y, en el fondo, más democrática. La arquitectura se aproxima poco a poco a las máquinas que nos proporcionan más felicidad, que nos relacionan mejor con la naturaleza, en la que las dimensiones humanas, la escala humana, es sólo una de las posibles.
Los materiales metálicos, y el acero entre ellos, deben responder a estas exigencias.
Son varios los caminos por los que es preciso andar. En primer lugar, la mejora estricta de las prestaciones: mejores resistencias materiales y mejor control para utilizarlos al límite. Toda la construcción debe acompañar a estos avances ampliando el límite tolerable de las deformaciones; construyendo con juntas secas y elásticas, o incorporando materiales continuos muy elásticos. Debe evitarse los problemas actuales de incompatibilidad constructiva, que son en realidad la herencia de una construcción rígida unida a una particular interpretación de la tradición.
Otra vía a explorar es, sin duda, la relacionada con los nuevos sistemas de cálculo, representación y diseño, como la construcción rápida de modelos y maquetas por procedimientos de dibujo asistido por ordenador –con representaciones tridimensionales complejas que antes eran impensables–; los análisis de materiales y estructuras por sistemas de modelos reales o virtuales, por elementos finitos, etc.
Por último, el tercer camino de investigación tiene que ver con la mejora de los procedimientos de fabricación, a través de la incorporación de técnicas que permiten la elaboración de piezas concebidas en tres dimensiones. Su antecedente más inmediato se sitúa en la clásica fundición, utilizada hoy para aceros soldables de altas cotas de resiliencia. Entre estos procedimientos se incluirían los de fundición y mecanización, la fabricación por vacío o rotomoldeo, la importación y exportación, por tanto, de técnicas traídas de otros campos, como el del plástico, los sistemas de fabricación por tallado y corte con plasma, láser, etc.
El futuro del acero está también unido a sus estudios de unión y simbiosis con otros materiales, como vidrio o plásticos. La construcción es cada vez más un mecano, con o sin juntas reconocibles, en el que la visión más pura de la construcción tradicional debe desaparecer. Por ello, dentro de estos procedimientos no puede tampoco olvidarse las combinaciones de materiales metálicos para constituir elementos más ligeros y con grandes prestaciones. Así, el panel con celda de abeja, propio de la aeronáutica, puede dar lugar a infinitas soluciones de materiales de acero compuesto que permitan fabricar láminas, membranas resistentes de acero y titanio, de acero y epoxi, con una relación entre resistencia y peso inimaginable. Lo mismo podríamos decir de los estudios que es posible desarrollar en el ámbito molecular. Estudios de fragilidad, fatiga, alargamiento de periodos de fluencia o acortamiento, si ello es más conveniente. En el acero, como en cualquier otro material, no puede olvidarse su futuro como material compuesto, híbrido, ni, lo que es más importante, la previsible aparición de nuevas formas y productos.
Las estructuras de acero no pueden seguir siendo grandes porterías representables en el plano. Deben estar lejos de la definición sintomática como ‘carpinterías metálicas’. El acero no debe parecer carpintería, ni debe tampoco responder con la pobreza conceptual con la que la estructura lo ha hecho recientemente en el Guggenheim. Sigue siendo un ejemplo importante la obra de Grimshaw en la estación de Waterloo de Londres o, en general, la construcción inglesa de claras raíces en Paxton y Archigram.
El futuro de la construcción metálica, y particularmente del acero –si los intereses comerciales caminan en esta dirección–, estará en esa riqueza espacial y técnica; en la posibilidad del reciclaje y del montaje riguroso; en la ampliación de mercados con un radio de acción casi planetario.
La ligereza que impulsaba Fuller exigirá, a su vez, entornos urbanísticos más limpios y menos cargados de ruidos; en definitiva, un urbanismo racional en contacto con la naturaleza.

Salvador Pérez Arroyo